jueves, 7 de julio de 2016

Austeridad y deterioro alimentario en España



La alimentación humana es uno de los ámbitos en los que de modo más sensible dejan sentir su huella los ciclos económicos. Ello se debe a que a lo largo del ciclo no sólo cambian los ingresos familiares y por tanto la “cuantía” de su gasto sino también la “composición” del mismo. Así, en épocas de crisis las familias tienen que concentrar mayor proporción de sus menguados recursos en alimentación prescindiendo de otros gastos menos perentorios; aunque si la crisis se alarga incluso algunos gastos perentorios tienen que ser abandonados por las familias (reposición de calzado, consumo eléctrico, alquiler de inmuebles, etc).

Con las crisis cambia incluso el tipo de alimentos que consumimos: el empobrecimiento obliga a los ciudadanos a consumir alimentos de peor calidad y prescindir de alimentos tales como la carne, el pescado fresco e incluso el aceite de oliva. Disminuye el consumo de lo que en Economía se denomina “bienes normales” y aumenta el gasto en “bienes inferiores”. Cuando la economía se recupera el efecto es el inverso.

La “Encuesta de Presupuestos Familiares” correspondiente a 2015, recientemente publicada por el INE es una herramienta muy útil para conocer el patrón de gasto de los hogares y personas individuales, para saber cuánto y en qué gastan, y además ofrece una información bastante detallada acerca de los artículos consumidos. De hecho, esta “Encuesta” nos sirve para matizar los datos macroeconómicos con los que cotidianamente se bombardea a los ciudadanos.



Por ejemplo: oficialmente el PIB creció un 3´2% en 2015, su registro más elevado desde la implosión de la burbuja inmobiliaria en 2008. ¿Significa eso que las familias se han recuperado ya de la dilatada e intensa crisis económica? Desde luego la respuesta es NO: téngase en cuenta que nuestra tasa de paro cerró 2015 en un nivel del 22%, casi 14 puntos por encima del nivel previo a la crisis; y que las rentas salariales (de las que vive la mayor parte de la población) suponen hoy sólo un 54% del PIB, su nivel más bajo desde que existen estadísticas oficiales (1961), por culpa de las sucesivas reformas laborales que han sufrido los trabajadores de este país. En tales condiciones es muy difícil que las familias trabajadoras (la mayor parte de nuestra población) hayan podido recuperar el poder adquisitivo del que gozaban antes de la crisis.

Los datos de la “Encuesta de Presupuestos Familiares” confirman nuestra sospecha.

Si en 2007 los hogares destinaban un 14´09% de su gasto a “Alimentación y Bebidas No Alcohólicas”, en 2014 ese ratio subió a 14´90% y en 2015, pese a la presunta recuperación, siguió ascendiendo hasta 15´04%. Entre las familias de menor renta (por ejemplo las que ingresan menos de 1.000 €/mes) el fenómeno es más acusado: si en 2007 destinaban a alimentación el 19´15% de su gasto, en 2015 ha crecido hasta el 19´34%. Las familias más adineradas (las que ingresan más de 5.000 euros al mes) no sólo han “escapado de la quema” sino que ya dejan sentir la recuperación en su patrón de gasto: si en 2007 destinaban a alimentación el 10´59% de su gasto, en 2015 es sólo el 10´33%. Por desgracia la “Encuesta” no ofrece información desagregada para el grupo de más de 5.000 € de ingresos mensuales.
 
Dicho esto, podemos analizar qué ha sucedido con la cantidad física (kilos, litros, etc) que las personas han consumido de cada tipo de bien.

Desde 2007 se ha producido una notable reducción en el consumo físico per cápita de “bienes normales”, reducción que no cesó con la presunta recuperación económica del año pasado. Así, en 2015 el consumo de ternera (Kg/persona) se redujo un -9´6% respecto al año anterior, y ya consumimos un -33% menos que al inicio de la crisis (año 2007). El consumo de pescado fresco disminuyó un -9´5% y acumula un -17´4% de caída. El de aceite de oliva un -5´2%, acumulando un -19´5% desde 2007. El de leche cayó un -6´1% y acumula una caída del -35´6%. Las hortalizas cayeron un -2´7% y acumula una caída del -18%. E incluso el consumo de pan, alimento básico donde los haya, refugio histórico contra el hambre, se contrajo un -2´4% el año pasado, y un -10´2% desde 2007. Todos estos datos son sin duda lamentables en un país con un sector agroalimentario tan desarrollado como el nuestro, y que continuamente produce excedentes a los que el sistema es incapaz de dar un destino socialmente útil. Y téngase en cuenta que se trata de datos de consumo por persona, pero de la media de los ciudadanos, sin distinguir entre ricos y pobres: con toda seguridad la contracción en el consumo de estos artículos es mucho más acusada entre los componentes de hogares mileuristas. Aunque quizá nuestro gobierne que a la gente simplemente no le apetece comer carne, o cocinar…

Por el contrario el consumo físico de “bienes inferiores” (productos congelados, carnes de calidad inferior, sucedáneos) se ha disparado: las “carnes preparadas y productos que contienen carne” (chopped, mortadelas, patés de baja calidad, etc), creció un 3´4% en 2015 y acumula un crecimiento del 25% desde que se inició la crisis; los “despojos, menudillos y casquería” acumula un crecimiento del 8% y las “pastas alimenticias” un 4%.

La “Encuesta” también nos proporciona datos fehacientes sobre otro fenómeno del que se habla de forma recurrente y que ha adquirido en la actual crisis un protagonismo singular: la “pobreza energética”. Precios en continuo crecimiento y salarios menguantes han obligado a los hogares a restringir notablemente el consumo de gas y electricidad. Así, desde el comienzo de la crisis la cantidad física consumida de “gas licuado” se ha reducido en un -30´6% y el de electricidad un -15´4%. Y nuevamente es posible que el gobierno argumente que las viviendas son hoy más eficientes energéticamente que en 2007, que la gente ya no tiene la estúpida manía de dejar la luz encendida cuando abandona una habitación o que las temperaturas son más suaves y no hace falta calefacción ni aire acondicionado…Pero el caso es que en 2015 esos consumos volvieron a reducirse en un -6´3% y -1´7% respectivamente: no parece que en sólo un año cambien tanto los hábitos de los consumidores ni la estructura de los edificios… la gente es simplemente más pobre.

Con todo, lo peor es que no se vislumbra en el horizonte que el buen comportamiento del PIB en 2015 vaya a continuar. De hecho para este año y los siguientes las principales instituciones multilaterales auguran una nueva desaceleración (y eso sin contar con los efectos adversos del Brexit y del auge terrorista). El desempleo, según previsiones de la Comisión Europea, continuará por encima del 18% hasta 2017 al menos. Ante esta perspectiva es evidente que hace falta intervención política, un plan público que solucione lo que el libre (y anárquico) funcionamiento de los mercados es incapaz de resolver.

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